
De entre los posibles remedios para el sufrimiento del desamor que
se suelen sugerir esta la compañía de un animal doméstico, de un tierno perrito
o gatito, como un −o el mejor− sucedáneo del amor pues dicen que es imposible
de encontrar amor más puro, sincero, desinteresado y fiel, por lo que es el
mejor sentimiento que podemos experimentar cuando es, precisamente, todo lo
contrario: nada sincero, ni mucho menos desinteresado y artificialmente fiel.
El peor amor que podríamos sentir y el más malo para aquellos que lidien con el desamor. Porque por doloroso que sea
cuando se termina una relación no todo es malo y algo se puede aprender. De
entre el dolor insoportable se cuestiona todo y a todos, y al cuestionarnos aprendemos del amor que el
otro nos tuvo –o dijo tenernos− y sobre nuestra propia forma de amar. Salimos
de ese hoyo sino felices por lo menos fortalecidos y conscientes de que en eso
de amar y ser amado se debe exigir tanto como poner de nuestra parte si se
quiere construir algo honesto y duradero. Al final somos mejores seres humanos
por el simple hecho de amar y ser amados, de ser fieles o incluso por haber
sido engañados y superarlo.
Cuando “amamos” a un animal no se obtiene nada de eso y, lo
peor, maduramos menos y terminamos siendo más individualistas, egoístas y
asociales. “Amamos” a un animal que
recogimos o compramos porque nos tiene un apego inconsciente afianzado en la relación
de buen comportamiento−recompensa. Un animal que no nos exige comportarnos
bien, que no nos puede engañar con otra persona, que no llegará cargado de
problemas para que seamos su paño de lágrimas, un animal que en ultimas, como
no es una persona, no podrá hacernos enloquecer de rabia con unas palabras
inoportunas o hacernos llorar de alegría al cantarnos nuestra canción favorita en
público, como si lo podría hacer otro ser humano. Un ser humano débil,
imperfecto y lleno de defectos que al amar se olvida de sus miedos y se
arriesga a salir herido pero igual da todo de sí para hacer a otro
completamente feliz y, en ese complejo proceso, sea correspondido o no, madura
y se hace más sensible hacia los demás, siente empatía: la base de una sociedad
equitativa y en paz. “Amando” a los animales no, no se madura, no se aprende a
tolerar los defectos, no se siente mayor empatía por otra persona: es un amor artificial
y secuestrado.
Artificial y secuestrado pues a diferencia de
cualquier persona un perrito nos recibirá siempre batiendo la cola y mostrando
alegría cuando lleguemos a casa sin importar que no lo saludemos o que le
contestemos horrible al llegar cansados y decepcionados de nuestro trabajo.
Otra persona que nos estuviera esperando no nos recibiría así. Seguramente nos
recriminaría, nos obligaría a hablar del asunto y, si nos importara un poco,
tendríamos que pedir perdón, justificarnos y hablar sobre lo que nos estuviera
molestando y así desnudar nuestro espíritu y, cómo no, volviéndonos una mejor
persona que madurando aprende a amar y a ser amado. Con el perrito no, pues su
apego por nosotros es incondicional y secuestrado, y así poco o nada nos exige
–además de la comida como recompensa−, convirtiéndonos de a poco, día a día, en
antipáticos que estamos bien con los animales porque no joden pero no tanto con las personas que no nos pasan nuestras
manías. Por todo eso no es bueno “amar” a una mascota.
Los animalistas recalcitrantes dirán que al menos será bueno que
los niños amen a las mascotas y así se sensibilicen por los más débiles y no
lleguen a ser adultos violentos. Pues sí y no. Porque les serviría más lidiar
con niños pequeños a los que también podrían golpear y con el agravante de que
esos niños los podrían incomodar al tomarle sus juguetes o molestaros de
diferentes formas pero que igual tendrían que respetar. Valdría más que los
niños desarrollaran su tolerancia rodeados de otros niños sin importar que tan
diferentes o complicados pudieran ser, que en la compañía de mascotas a las que, de todas formas, pueden olvidar
una vez las han sacado al parque y siempre estarán ahí para darles cariño por
unas migajas de pan. Eso no es amor, ni
tolerancia, ni así se obtendrán mejores adultos. Tanto así, que día a día crecen
las marchas por los derechos de los animales y se multiplican los “me gusta” de
Facebook a favor de causas animalistas y aumenta el despilfarro por millones en
las boutiques de mascotas, al tiempo que suben las críticas vehementes en
contra de los programas de subsidios para los más pobres y se cierran las
fronteras a los inmigrantes y se exige una justicia más dura contra los que
maltratan a los animales –sin importarles la crisis carcelaria o de justicia
que ya existe.
No está bien. No puede estar bien una sociedad que humaniza a
los animales y todavía tiene gente que muere de sed o de hambre.