sábado, 18 de abril de 2015

Los colados


Los colados

De colarse en Transmilenio a justificar el fenómeno paramilitar o la violencia de la guerrilla no hay tanta distancia como todos esos  “vivos”, “abejas” y avispados que se cuelan en el sistema podrían firmemente creer. Porque tales fenómenos parten de asumir que ante la ausencia de autoridad está justificado tomar la justicia por mano propia o que ante la evidente desigualdad de oportunidades se puede robar, secuestrar o desplazar a cualquiera con mejor suerte sin detenerse a pensar en la legalidad de las acciones. Tampoco son tan distintos “los colados” del magistrado Petrel al que fácilmente lapidan por corrupto al recibir una coima de quinientos millones  y ser tan cínico de excusarse diciendo que “él no es el único de la Corte Constitucional que lo hace”. ¡Tan cínico!, dicen los colados pero ellos mismo cuando los señalan, ¡y no lanzan piedras o patean!, se escudan con la misma excusa: todos lo hacen y son bobos los que pagan el pasaje. Es entonces cuando se igualan con cualquier delincuente pues, según ellos, bobos son los que pagan por un servicio en vez de apropiárselo cuando es fácil quedar impune, los que acuden a la policía para denunciar un delito y no lo resuelven por mano propia, los que responden por sus acciones en vez de salir corriendo si se pueden escapar. Un resumen de “la cultura del atajo” de los colombianos, que dicta que no es necesario hacer fila y es mejor adelantarse mientras nadie proteste, según la cual las leyes de transito se respetan si no hay afán o no es media noche; una cultura según la cual sólo se respetan las leyes si hay consecuencias y no porque sean las normas mediante las cuales podemos hacer del mundo un mejor lugar para que todos vivamos en armonía y dejar que cada uno disfrute su libertad hasta que esta implique el perjuicio del otro. 

Esa misma filosofía “del atajo y el más vivo” que fue tierra fértil para que en los años ochenta el narcotráfico  torciera la consciencia de tantos colombianos que empezaron a ganar montones de dinero sin importarles los miles de muertos que, según ellos,  nada tenían que ver con ellos porque no apretaban el gatillo. Esa cultura del más vivo que le está  haciendo daño por igual a las arcas de un sistema de trasporte en crisis  y a la consciencia y el ánimo de los bogotanos cada vez más desesperanzados porque aquí y allá, y en cada rincón no encuentran eco de sus quejas. Porque los colados igual desmoralizan a la empleada del servicio que ve como su esfuerzo, sudando la gota, por conseguir para  el pasaje es burlado por unos patanes colándosele en las narices, y al romántico estudiante universitario que todavía sueña con una Colombia mejor si todos ponemos un granito de arena. Los colados de Transmilenio le dan una cacheta al trabajador honesto y desinteresado que todas las mañanas sale de su casa para conseguir lo del pan de cada día con la firme convicción de no hacerle el mal al prójimo y de que el trabajo honesto y desinteresado es el camino correcto para tener una buena vida.

Porque el colombiano de bien no quiere parecerse al magistrado Petrelt y que todo se lo regalen, tampoco va a tomar lo que no es suyo por el simple hecho de que otro haya tenido más suerte a lo largo de su vida ni mucho menos va a utilizar la violencia para despojar a un campesino de su tierra por mucho que le pudiera convenir. Y no porque no sea un camino más fácil y expedito para conseguir lo que se quiera ni tampoco porque sea tan bobo de no ver las oportunidades sino porque ante la trampa y el juego sucio quiere oponer el  esfuerzo de su trabajo y la consideración con el otro.  Los colados no… los colados sólo esperan ─y no como los tigres sino como la hienas─ para hacer la zancadilla certera con la cual pasarán por encima de algún compañero para quedarse con un ascenso, esperan a que les ofrezcan un Smartphone robado a buen precio para así chicanear después con los amigos, a que a otro pasajero de Transmilenio se le caiga una tarjeta roja y así quedársela sin inmutarse. Esperan ser más vivos que el otro y aprovecharse de las circunstancias sin importarles las consecuencias, así sean legales: pues hecha la ley, hecha la trampa, se enorgullecen en decir. ¿Y entonces que los hace tan diferentes de los Mancusos, Tirofijos y Preteles?

      

 

 

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