Casi con miedo demencial los profesores de colegio, sin importar su asignatura ni
mucho menos su experiencia, temen que llegue la temida pregunta y, más doloroso
aún, si precisamente no viene del estudiante que por vocación quiere ser el payaso del salón sino del estudiante aplicado y respetuoso que tantas veces ha sido
el único por el que valió la pena haber preparado la clase, que ese día se
demora en comenzar a trabajar y en medio del desorden habitual se impone para
soltar la temida pregunta sin anestesia: ¿y
eso para qué nos va a servir en la vida?… y el adjetivo demostrativo eso, que en este caso oficia como
pronombre demostrativo, sustituye cualquier contenido, de cualquier asignatura
y complejidad. Ante lo cual el profesor no suele sacar pecho, exigir respeto y
argumentar su pregunta sino que, temeroso también de la validez de su
respuesta, se va por las ramas y si acaso atina a repetir, sin mayor convicción
y entre dientes, alguna frase hecha de afán entre profesores, para al final terminar
la discusión con un fuerte llamado al orden o una inesperada evaluación lo que,
obviamente, es una lamentable versión de zanjar una discusión levantando los
hombros y saliendo con un grosero e impotente porque sí… que en el fondo y aunque no lo digan ni lo comenten
entre ellos, les da a los estudiantes un triunfo, la falsa seguridad de que
tienen razón, los empodera a partir de la actitud dubitativa del profesor y la
ven como la prueba de que todo lo relacionado con la escuela es un capricho. Ya
entonces es muy difícil que, con verdadera convicción, les interesen y quieran
aprender los contenidos de cualquier materia, por el hecho mismo de aprender y
no porque les parezcan cosas chéveres o muy fáciles.
Pero no son sólo los estudiantes los
que incordian a los profesores con la inoportuna pregunta sino también lo viven
haciendo los directivos de instituciones privadas y públicas que, responsables
con su trabajo, viven al día de las novedades pedagógicas, y siguen el credo en boga del aprendizaje significativo y
la necesidad de armonizar los contenidos con el contexto del estudiante,
insisten en la necesidad de buscar temas para enseñar que realmente les sirvan en su vida, pues hoy en día, en los más
refinados círculos académicos, es vox populi, que de seguir ese camino se
obtiene la panacea de todos los
problemas con los que tiene que lidiar el profesor…. poco o nada tendrían que
ver el hacinamiento en muchos salones o la extra edad de los estudiantes
repitentes así como tampoco la falta de compromiso de los estudiantes —el
problema fundamental de la educación en nuestros días. Pero no, ni hablar, para
los teóricos de la educación en Colombia, los malos resultados de los
estudiantes en las pruebas Saber o Pisa se deben al mal trabajo de los
profesores que se puede resumir en clases
aburridas, monótonas y ajenas a la realidad del estudiante. Según los
expertos en pedagogía, los profesores están en mora de corregir ese mal de
querer enseñarle a los estudiantes contenidos descontextualizados con la realidad de cada uno de los estudiantes y sin evidente uso en la vida de todos los
días y esos expertos, sin sonrojarse un segundo, no se detienen ni un minuto a
reflexionar que el mundo que los acoge y les permite teorizar alegremente sobre
la educación lo construyeron ingenieros, médicos, arquitectos, artísticas,
deportistas… que en su juventud estudiaron en colegios que no seleccionaron los
contenidos de acuerdo a las particularidades de cada uno de sus estudiantes
sino que siguieron un corpus general
que no era muy diferente al que siguieron sus padres y tampoco al que hoy en
día enseñamos… No pueden ser, entonces, temas tan malos, si como sociedad nos
han permitido cimentar las bases de procesos educativos más específicos y proyectos
de vida exitosos. Son contenidos válidos por sí mismos pero, sobre todo y lo
más importante, en relación a otros a los que no se podría acceder sin conocer
otros primero y estos a su vez son la base para acceder a otros temas en un
círculo para nada vicioso ni mucho menos perjudicial sino maravilloso que se
llama educación: esa transmisión sistemática de conocimientos tanto académicos
como culturales que todo grupo humano ha diseñado para su supervivencia. Conocimientos
que sometidos a la evidencia de la ciencia (día a día avanzando) y afectados
por los consensos sociales (evolucionado al pasar de los años) se han ido
actualizando y han dejado a su paso temas y materias que (muy a pesar de
algunos padres) ya no se dictan… igual de ninguna forma podrían estancarse, ya
bien la educación perdería su esencia de ser la herramienta principal de
supervivencia, al transmitir conocimiento relevante en la resolución de los
problemas de la humanidad, útil en la comprensión e identificación de esos
problemas, complejo al estar interrelacionados diversos temas, sensible al
recoger los cambios en los consensos sociales que nos rigen pero de ninguna
forma artificial, incoherente, inconexo o válido únicamente para un estudiante
en particular y, mucho menos, por
antipático que pueda llegar a ser, práctico o
útil en el día día de todos los días. Por todo lo anterior es antinatural y
hasta ridículo exigir que el maravilloso conocimiento que por generaciones
hemos ido acumulando como especie, con todas sus complejidades e increíbles
descubrimientos, también tuviera que venir contextualizado con la realidad de
cada uno de los estudiantes de un curso, que para enseñar la matemática que
llevó al hombre a la luna el profesor tuviera que ver primero la pertinencia de
esas ecuaciones en el recorrido de un estudiante desde su casa al colegio o que
le garantizase a la clase que van utilizar esas ecuaciones en un momento y día
preciso del futuro. Ridículo exigir que el proceso de balancear ecuaciones,
fundamental para el avance de la química, hermoso en su compleja simplicidad, se
dejara de enseñar en un colegio por el reducido número de estudiantes que
manifestaran su intención de estudiar ciencias como opción profesional o porque
el profesor de química no hubiera logrado demostrar la practicidad de este
contenido en la vida de cualquiera de sus estudiantes.
Porque el colegio no puede ser un restaurante
en el que los jóvenes se sientan y escogen por puro gusto lo que en ese momento
les apetece aprender y dejan de lado lo que simplemente no les gusta, así sea
bueno para su salud. Deben aprender lo que con el tiempo otros, que fueron
estudiantes y culminaron un proceso exigente, determinaron que era bueno
aprender y que les permitiría aprender más. Porque aprender no les hace ningún
daño, tener un nuevo dato en la cabeza, por increíble que les parezca, hace que
el cerebro funcione mejor y le abre los ojos a un mundo de posibilidades que
antes no conocían o apenas sospechaban, les permite evaluar varios caminos,
apreciar nuestra grandeza como especie y
al mismo tiempo los involucra y los obliga en el proceso de la educación que,
de ninguna manera, tiene que ser un proceso fácil y sin exigencia –tampoco ha sido fácil y sin
complicaciones el avance de la humanidad. Pero hoy en día, al tiempo que se pone
en tela de juicio lo que se enseña para justificar los malos resultados
académicos (de jóvenes cada vez más perezosos), se está imponiendo también la
mismísima relativización del la disciplina, la memoria, las tareas… y todo
aquello que ha fundamentado el proceso de aprendizaje durante años se quiere
abandonar para que el estudiante no se vaya a frustrar y así, entonces, que no
se memoricé nada sino que tan sólo se analice, que se olviden los plazos y las
fechas límites, que tampoco se vaya a tener en cuenta la ortografía para bajar
la nota y que mucho menos se les vaya a dejar demasiadas tareas porque no les
deja tiempo de estar al día con sus redes sociales y entonces… entones se
termina tratando a los jóvenes como entre algodones, cuando precisamente la
vida competitiva que los espera afuera de las paredes del colegio es todo lo
contrario: competencia, supervivencia, frustración y trabajo duro. Porque
algunas veces el trabajo de la clase es el esfuerzo y la dedicación que se pone
en conseguir una meta y ese trabajo duro es la enseñanza que se puede aplicar
en los demás retos de la vida, el tema del día, el contenido (contextualizado o
no) es lo de menos, así como la incómoda preguntita.
Por si fuera poco haber contextualizado lo
inadecuado de la preguntita queda acudir al sólido argumento de respetar el contrato social y ante el ¿y eso para qué nos va a servir en la vida? Responder
tajantemente: pues para pasar el año
joven y con juicio graduarse. Porque de lo contrario se rompería el contrato social… El Contrato Social que
nos rige a todos y que nos ha
permitido avanzar como sociedad: te quedas en casa y vives a costa del trabajo
y esfuerzo de tus padres hasta que ellos mueren de viejos o vas al colegio a
aprender contenidos y habilidades sociales para que en el futuro tomes otro
papel estudiando más para encontrar un trabajo o de inmediato aprovechas el título de bachiller para
conseguir un modo de vida; y si no cumples con los requisitos del colegio no
puedes graduarte, rompes el contrato social y no tienes derecho a reclamar…
regresas a la casa o saltas a la calle a la luchar por el pan de cada día sin
en el descanso de sólo sentarte en silencio y aprender algo nuevo.